lunes, 4 de abril de 2011

¿Soy un número, doctor?

Me imagino, doctor, que en numerosas ocasiones habrá oído hablar de nosotros, los guardias civiles rasos, como si fuésemos números, y espero que usted, cuando hable de mí, no diga que está tratando a “un número de la Guardia Civil”, porque de ser así acabaría usted con la poca autoestima que me va quedando. De todos modos, de lo que quiero hablarle no es de lo que usted piense sobre mí sino de que, en realidad, son muchas las ocasiones en que como números nos tratan porque, que yo sepa, los números no piensan, no se quejan, no se cansan y no duermen. Y en relación con todo esto voy a contarle una historia que ahora me viene a la cabeza y que se ajusta a esa idea que tengo yo sobre los “números”.

Recuerdo, doctor, que en una ocasión cuatro compañeros tuvimos que desplazarnos a una provincia que está a unos ochocientos kilómetros de la nuestra, para hacer unas detenciones y unos registros domiciliarios en relación con una operación iniciada en nuestra demarcación. Salimos un día por la mañana y al llegar allí hicimos gestiones para localizar los domicilios, y planeamos el modo de realizar las intervenciones al día siguiente. Esa noche dormimos cinco horas.

Al día siguiente, otro guardia y yo nos levantamos a las seis de la mañana e iniciamos una vigilancia sobre uno de los pisos, cuya vigilancia se extendió hasta las seis de la tarde, y a continuación, sin un minuto de descanso y tras un relevo, nos trasladamos a otra localidad para hacer otra nueva vigilancia a otro domicilio, en el cual dos horas después realizamos el registro y detuvimos a uno de los implicados. Al terminar allí volvimos de nuevo al lugar donde habíamos iniciado la vigilancia ese mismo día por la mañana y en aquel momento los otros dos compañeros terminaban el otro registro con la correspondiente detención. Serían sobre las doce de la noche. A continuación fuimos a la comandancia de esa ciudad e iniciamos las diligencias porque habíamos intervenido unas interesantes cantidades de drogas. Después regresamos al hotel. Esa noche, doctor, dormimos otras cinco horas.

Por la mañana, mi compañero y yo de nuevo nos levantamos muy temprano porque teníamos que desplazarnos por una mala carretera a una localidad muy lejana, para tomar declaración al implicado que detuvimos el día anterior, y terminamos bastante tarde debido a que el abogado tardó mucho más de lo normal en presentarse. A las cuatro o las cinco de la tarde comimos de mala manera y continuamos haciendo las diligencias hasta que finalmente las terminamos avanzada la noche. Puedo asegurarle, doctor, que a esas alturas estábamos extremadamente cansados y añorábamos dormir algo más que las cinco horas que empezaban a hacerse habituales.

Pero nuestros jefes, supongo que dando por hecho que los números ni duermen, ni se cansan, ni se quejan y que, por supuesto, tampoco piensan, nos ordenaron salir a las cinco de la mañana del día siguiente como escoltas de la conducción que llevaría a los detenidos al Juzgado de nuestra demarcación -en vez de poner una escolta uniformada-, y todo ello con el miserable fin de ahorrarse los veintiocho euros que supone la media dieta de dos guardias civiles rasos, ya que saliendo a las cinco de la mañana llegaríamos a nuestro destino a las dos de la tarde y no tendríamos derecho a reclamar nada.

Resumiendo, doctor; después de tres intensos días de viajes, vigilancias, registros, detenciones e instrucción de diligencias, casi sin dormir y malcomiendo, esa última noche -en la que pensábamos descansar algo más- dormimos sólo cuatro horas, las cuales, a entender de nuestros jefes, eran sin duda suficientes para dos números, porque a todas luces es evidente que los números ni piensan, ni se cansan… ni se duermen conduciendo. Y efectivamente no nos dormimos ni provocamos ningún accidente, aunque cierto es, doctor, que teníamos que hacer intensos esfuerzos para que los párpados no cayesen como pesadas losas de mármol sacramental hacia el sueño eterno, y todo esto tuvo que ser así porque nuestros jefes se empeñaron de ahorrarle a la Guardia Civil los catorce miserables euros que tendrían que haber pagado por cada uno de nosotros si nos hubiesen permitido descansar...

¿Ve usted normal, doctor, que se arriesguen a un accidente mortal de sus subordinados por ahorrarse veintiocho euros? ¿Le parece que hicimos pocas horas de trabajo? ¿Realmente, doctor, somos unos números que ni piensan, ni se cansan, ni duermen?

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