He vuelto a tener un sueño muy extraño, doctor, en el que se entremezclaban mil sinsentidos que no soy capaz de comprender. Ahora le cuento por si usted pudiera descifrar algo de todo esto.
Yo, doctor, era un burro aparejado a un mayal de olivo que, conducido por la guiadera y caminando por el interminable y profundo andel, daba vueltas y más vueltas alrededor de un recio arbolete para subir un sinfín de incansables cangilones llenos de agua que no sé quién demonios se bebía. Pero lo que más me dolía, doctor, no era quién o quiénes se bebían ese agua que yo sacaba del pozo, sino los trallazos que cada poco me propinaban cuatro personajes, a cual más inaudito, que se repartían cubriendo los cuatro cuartos de la eterna circunferencia de mi existencia. Los personajes en cuestión eran Merlín, Homer Simpson, Josemi y Roldán, de alguno de los cuales, doctor, creo que ya le he hablado en otras ocasiones.
Y así me he pasado una buena parte de la noche, doctor, dando vueltas y vueltas a la noria entre voces y trallazos de tan insignes individuos, y, a pesar de todo, yo rebuznando con aquiescencia, igual que lo hacía el asno de Zarathustra ante los zalameros halagos del más feo de los hombres… Pero finalmente, y harto ya de tanta leña, rebuzné levemente -ahora diciendo no-, y fue entonces cuando los cuatro personajes se reunieron en indigno contubernio decidiendo, tralla en mano, subirse encima de mí, sentados como monigotes desde el pescuezo a la grupa, y estúpidamente convencidos de que de ese modo el burro -o sea, yo- sacaría todavía más agua del pozo. Y los cuatro en cuestión no quisieron ya bajarse de mis doloridos lomos, doctor, no quisieron bajarse del burro, hasta que por fin, muy, muy cansado, acabé despertándome.
¿Qué puede significar todo esto, doctor? ¿Estoy más enfermo de lo que parezco? La verdad es que no entiendo nada, doctor.
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