jueves, 31 de marzo de 2011

¿Qué está bien y qué está mal, doctor?

Me gustaría, doctor, que me explicase, de modo que yo pueda entenderlo, qué es lo que está bien y qué lo que está mal porque desde hace tiempo me estoy debatiendo en esa disyuntiva sin encontrar la solución.

El trabajo en mi grupo de investigación requiere moverse a diario con vehículos, tratando de superar las más adversas condiciones de la circulación; hay que hacer seguimientos, con las dificultades que ello conlleva, y en demasiadas ocasiones tenemos que desplazarnos con urgencia a distintos lugares. Y todo esto, doctor, me trae al recuerdo algo que me sucedió hace unos cuantos años y que ahora le voy a contar porque guarda relación con mi pregunta de qué es lo que está bien y qué es lo que está mal.

Serían sobre las dos de la tarde -porque estábamos a punto de irnos a comer-, cuando en la oficina recibimos una llamada telefónica en la que nos comunicaban que un traficante de drogas, cuyo aspecto físico desconocíamos, llegaría en tren a la estación de la capital a las tres. Sólo faltaba una hora. Sesenta minutos. El único compañero que conocía a ese traficante se encontraba en una localidad situada a cincuenta kilómetros de nuestra oficina, y aunque el tiempo estaba muy ajustado decidimos ir a buscarle. Yo conducía y traté de darme la máxima prisa posible para llegar a tiempo. El viaje de ida fue bien pero cuando regresábamos, un perro pastor alemán se cruzó en mi camino y tuvimos un accidente. Como consecuencia del golpetazo se abrió el capó impidiéndome la visión, pero por suerte se trataba de un tramo recto y llevaba la ventanilla abierta, y gracias a eso durante la larga frenada pude guiarme por las rayas de la carretera y conseguí evitar que nos desviásemos y chocásemos contra uno de los muchos árboles que había en las cunetas. No pasó más, doctor, solamente se destrozó el coche, no pudimos llegar a la estación y -lo peor de todo- murió el perro.

Minutos después llegó un equipo de Atestados e instruyó las diligencias, y al día siguiente me llamó el capitán de Tráfico y me dijo: "¿Sabes que circulabas con exceso de velocidad?", y yo le respondí que suponía que sí porque íbamos a un servicio urgente, entonces él insistió: "¿Y si en vez de un perro hubiera sido un niño?", y le contesté que no quería ni pensar en semejante posibilidad. Esa fue nuestra conversación, doctor. Después me enteré de que había iniciado un expediente de correctivo contra mí, cuyo expediente fue finalmente parado por otro oficial sin llegar a mayores consecuencias. Cuando salió el juicio por el accidente me absolvieron y condenaron al propietario del perro.

En un principio, doctor, me disgustó mucho la intención de aquel capitán de corregirme por algo que yo consideraba injusto, pero muchas veces he recordado sus palabras: "¿Y si en vez de un perro hubiera sido un niño?"

Mire, doctor, cuando en numerosas ocasiones nos trasladamos con urgencia a algún lugar por razones de servicio, o cuando seguimos o perseguimos al coche de un delincuente que circula con exceso de velocidad, saltándose stops y semáforos en rojo, ¿estamos actuando bien? ¿Qué es más importante, doctor, detener a un delincuente o evitar el posible atropello de un peatón? Porque hay que reconocer que la situación de estrés que supone la persecución, el exceso de velocidad y el hecho inevitable de que todos los sentidos del conductor estén volcados en no perder el vehículo al que se va siguiendo y en mantener el control del propio, ocasiona una importantísima merma sobre la atención a otras incidencias que puedan darse en la circulación, y siendo así, doctor, ¿cómo debo actuar? Porque hay que tener en cuenta que es absolutamente imposible mantener el seguimiento a un vehículo que va cometiendo infracciones, sin que el vehículo que le sigue también las cometa, y entonces, ¿qué debo hacer, doctor?

Le pregunto esto, doctor, porque sé que si siempre acabase perdiendo a mis objetivos en los seguimientos, mis jefes me considerarían un inútil y las operaciones nunca llegarían a buen fin, pero por otra parte, si excediese la velocidad permitida para no perder al objetivo y por ese motivo acabase atropellando a un niño, cargaría mi conciencia con un acto gravísimo, y muy probablemente todos, incluidos mis propios jefes, me condenarían. ¿Qué hago, doctor, para actuar adecuadamente? ¿Qué está bien y qué está mal, doctor?
 

miércoles, 30 de marzo de 2011

Mañana va a llover, doctor

muy bien que mañana va a llover, doctor, porque mi rodilla nunca se equivoca. Lo normal es que siempre haya ahí cierto dolor, a veces lacerante, que tiende a hacerse más continuo e intenso cuando va a llover. Por cierto, doctor, el dolor de mi rodilla me ha hecho recordar lo del honor y las medallas de la última sesión... Le voy a contar cómo sucedió esto de la rodilla.

Como bien sabe usted, doctor, son ya treinta años los que llevo destinado en un grupo de investigación, y hace un tiempo, cuando estábamos trabajando en una operación de tráfico de drogas que habíamos abierto varias semanas atrás, finalmente decidimos intervenir en el momento en que se iba a realizar una entrega. Sabíamos que la entrega se llevaría a cabo en una zona de callejuelas desiertas y buscamos el modo de ocultarnos de la mejor forma posible. Al fin vimos llegar en una motocicleta a quien iba a recibir la droga y pocos minutos después apareció el traficante en un turismo. El hecho de que se tratase de calles estrechas y solitarias nos obligó a alejarnos prudencialmente de la zona de contacto y precisamente eso acabó complicando la intervención. No pudimos sorprender a los traficantes como hubiéramos deseado porque nada más hacer el intercambio, y cuando nos acercábamos, se apercibieron de nuestra presencia. Cuando el que había entregado la droga  nos vio, la cogió de nuevo con rapidez y se metió en su coche arrancando el motor de inmediato. Justo en aquel momento, y después de una carrera, llegué a la puerta del copiloto y la abrí para meterme en el coche, y en ese instante se puso en marcha y salió disparado. Me agarré como pude a la puerta pero la velocidad del coche me impedía entrar en él y me arrastró durante más de cien metros de calzada empedrada hasta que finalmente conseguí introducirme en el vehículo. Detuve al traficante y le incauté los dos kilos y pico que llevaba encima.

El resultado final del servicio fue que detuvimos a todos los implicados, intervinimos la droga y cerramos la operación con éxito, al mismo tiempo que yo acababa en el hospital y me operaban de la rodilla. Fueron más de cuatro meses de baja con más de ochenta sesiones de dura rehabilitación. Punto final. Ni felicitaciones, ni medallas el día del Pilar, ni nada de nada.

Pero no puedo quejarme, doctor, porque gracias a mi rodilla ahora sé que mañana va a llover.
 

lunes, 28 de marzo de 2011

¿Dónde está el honor, doctor?

Doctor, cuando ingresé en el Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro hace más de treinta y siete años, de lo primero que me hablaron fue del honor, y aquel concepto quedó profundamente grabado en mi espíritu de adolescente. Desde entonces hasta ahora he tenido muy claro su significado y puedo asegurarle que siempre me ha acompañado, pero lamento decir, doctor, que lo que en aquellos años me enseñaron dista mucho de lo que ahora predican con su ejemplo precisamente quienes más ejemplo deberían dar.

Según me han contado -porque yo no estuve allí-, fue patético lo que los asistentes presenciaron en una de las últimas fiestas del Pilar en mi comandancia... Dicen que fue patético ver de qué modo ciertos guardias civiles -en el sentido más genérico de la palabra- hinchaban, orgullosos, sus pechos para que les colgasen medallas, mostrando amplias sonrisas en sus labios... Y es que todo apunta a que se trataba de medallas concedidas por dudosos méritos que, como viene siendo habitual, en realidad les pertenecían a esos otros guardias civiles de las escalas más bajas, que son los que a diario se baten el cobre en la calle desarrollando un complicado trabajo por el que, curiosamente, después suelen dar medallas a otros.

En la Guardia Civil, doctor, si uno quiere que le den medallas y un despacho donde su principal preocupación sea mirar el escalafón y ver qué puestos cómodos van quedando libres para el siguiente ascenso, lo único que ha de hacer es estudiar algunos temarios y ya está; asunto solucionado. Por desgracia, doctor, la experiencia viene demostrando que las órdenes de los integrantes de ciertas escalas -paradójicamente ejecutivas- son normalmente innecesarias en la Guardia Civil, ya que, por regla general, todos los guardias civiles sabemos muy bien cuál es nuestro trabajo y cuál el mejor modo de llevarlo a cabo. Precisamente fue un oficial quien, con mucho acierto, dijo que la mayor grandeza de la Guardia Civil estaba en que siempre funcionaba bien, independientemente de la competencia o incompetencia de sus oficiales.

¿Dónde está el honor, doctor? ¿En las medallas del día del Pilar? ¿En los despachos? ¿Dónde está el honor, doctor?

sábado, 26 de marzo de 2011

Me quitan la productividad, doctor

Me quitan la productividad, doctor. Suele ser habitual que los que estamos destinados en grupos de investigación cobremos la productividad porque de ese modo, dicen, se compensan las horas que podamos hacer de más y también se compensan las nocturnas y las festivas que nunca nos pagan, pero lo cierto es que no siempre cobramos esa extraña e indefinible productividad.

Si tiene uno la mala suerte de verse en la obligación de hacer un cursillo oficial de lunes a jueves o si ha de irse de permiso urgente tres días porque, por ejemplo, operan a su padre o a su hijo, sus posibilidades de que le paguen la productividad de ese mes son mínimas, aunque de los treinta días haya trabajado veintisiete con su correspondiente carga de horas extras, nocturnas y festivas. Y lo peor de todo, doctor, es que, en ocasiones, incluso habiendo trabajado todo el mes completo, también dejemos de cobrar la productividad porque, según ellos, no hay para todos... Curioso, ¿no es así, doctor? Es muy curioso que no haya para todos; con lo fácil que sería repartir lo que hay.

Me bajan el sueldo, me aumentan las horas de servicio innecesariamente y me quitan la productividad sin un motivo coherente... ¿Es eso justo, doctor?

viernes, 25 de marzo de 2011

Tengo que hacer más horas, doctor

Encima de que me han bajado el sueldo tengo que hacer más horas, doctor, y no sé por qué. En la Guardia Civil lo habitual es cumplir con el número de horas de servicio establecido, pero en lo que concierne a los que estamos destinados en grupos de investigación, como es mi caso, lo normal era que no contasen las horas sino los resultados, y la consecuencia de algo tan lógico infería que unas veces hacíamos muchas más horas de las normales y otras hacíamos menos, con un resultado final muy equilibrado comparado con otros compañeros. Pero ahora todo ha cambiado. Ahora, sobre todo, hay que cumplir con el mínimo de horas establecido sin que importe hasta dónde pueda llegar el máximo.

Ahora, doctor, lo importante es iniciar el servicio a las 15,30 horas aunque el objetivo a investigar salga siempre de su casa a las seis de la tarde, y si tenemos la suerte de que al acabar las horas diarias de trabajo que nos exigen, el objetivo se haya ido a dormir, podremos finalizar el servicio, pero si no, hay que continuar con las vigilancias y los seguimientos hasta que lo dejemos en la cama, es decir, me han subido el número de horas y ahora hago varias totalmente innecesarias todos los días. Y lo malo, doctor, es que no me pagan las horas extras, las festivas ni las nocturnas porque, dicen, para eso cobro la productividad.

Y pensar, doctor, que en una ocasión me pasé diecisiete horas seguidas -ni una más ni una menos- en una furgoneta de vigilancias, en completa soledad, al sol, sin aire acondicionado, con media botella de agua y sin comer, porque debido a la sensibilidad del servicio no era posible hacer un relevo ni acercarse nadie a la furgoneta... Y no me quejé. En realidad, doctor, jamás me he quejado por el exceso ni por la penosidad de las horas de trabajo, pero lo que está ocurriendo ahora, en mi opinión, no tiene el más mínimo sentido.

¿Me equivoco, doctor, o quizá estoy un poco paranoico?

miércoles, 23 de marzo de 2011

Me bajan el sueldo, doctor

Me bajan el sueldo, doctor, y nunca imaginé que tal cosa pudiera suceder. Después de treinta y siete años de profesión, por primera vez me bajan el sueldo.

Y eso que hemos intentado por activa y por pasiva que equiparen nuestros exiguos salarios de policías del estado -y al mismo tiempo militares-, con los señoriales sueldos de los policías autonómicos y municipales, pero el resultado final ha sido que, desafortunadamente, en vez de ponernos al mismo nivel económico de otros cuerpos policiales que tienen menos campo profesional que nosotros, nos han distanciado aún más de ellos.

Qué hemos hecho nosotros, pobres guardias civiles, para merecer esto... Es una pena que se tenga en tan poco aprecio el inmenso compromiso que supone la obligación de llevar un arma para desempeñar nuestro trabajo...

¿Realmente tiene que ser así de barato matar o morir, doctor?