jueves, 7 de julio de 2011

Para ellos sólo éramos sombras, doctor

Hoy le contaré mi último sueño, doctor, y tengo que decirle que también está lleno de absurdas situaciones imposibles de interpretar, al menos para mí. Pero al fin y al cabo eso son los sueños, simples incoherencias, ¿no es así, doctor?

En esta ocasión, nuevamente fueron protagonistas Merlín, Homer Simpson, Josemi y Roldán, y los cuatro se encontraban sentados e inmóviles en el centro de un plato sopero gigante, adornado en su borde con grecas azules, como si fuesen cuatro alcaparras encurtidas, dispuestas para ser ensartadas con un mondadientes. Sus miradas, doctor, estaban terca y obtusamente fijas en la pared que tenían enfrente.

Detrás de ellos, y también en el mismo plato sopero gigante de grecas azules, estábamos algunos compañeros míos y yo, compañeros que, lo siento, doctor, pero ahora no soy capaz de identificar. Todos nosotros nos movíamos y nos relacionábamos con absoluta normalidad, a diferencia de los cuatro notables personajes, que seguían inmóviles mirando a la pared como si no hubiera otra cosa en el mundo. A nuestras espaldas, doctor, había un potente foco cuya luz proyectaba nuestras sombras contra la pared que tan fijamente miraban los cuatro conspicuos individuos, hasta que por fin me di cuenta de que lo que miraban no era la pared sino nuestras sombras… Si, doctor, miraban nuestras sombras como si ellas, y no nosotros, fuesen la realidad…

Yo intenté llegar hasta los ínclitos para sacarles de su error, pero de pronto mis piernas se convirtieron en pesado plomo, casi imposible de mover, y todo el espacio que avanzaba, de inmediato lo retrocedía como si estuviese andando por una cinta transportadora en sentido contrario. Una tremenda angustia me invadía, doctor, porque sabía que nunca iba a poder llegar hasta ellos para hacerles ver la realidad, y así continuamos todos a lo largo de mi sueño; yo angustiado tratando de llegar hasta ellos, y ellos convencidos de que la única verdad posible eran las sombras…

¿Ve absurdo este sueño, doctor, o le encuentra alguna lógica? Es que yo, por más que lo intento, no soy capaz de desentrañarlo.

martes, 5 de julio de 2011

Amenazaron a mi honor, doctor

Cada vez estoy más desorientado, doctor, verá usted: El artículo primero de la Cartilla del Guardia Civil dice que el honor es la principal divisa y que hay que conservarlo sin mancha porque una vez perdido no se recobra jamás. Esto, doctor, lo he tenido muy claro siempre, y ahora, después de treinta y ocho años en la Guardia Civil, sigo teniéndolo igual de claro que cuando ingresé, y precisamente por eso siempre me he esmerado de un modo especial en que mi honor permanezca sin mancha.

Aparte de aquel episodio del atropello del perro que ya le he contado en una de estas sesiones, doctor, y por cuyo accidente el capitán de Tráfico quiso abrirme un expediente de correctivo que finalmente no ejecutó -juicio del cual salí absuelto, que conste, doctor-, lo cierto es que nunca me han expedientado y ni siquiera me han reprendido por absolutamente nada relacionado con el servicio, es más, me han condecorado en varias ocasiones y son numerosas las felicitaciones que han anotado en mi hoja de servicios. Con esto quiero decirle, doctor, que, a mi entender, mi trayectoria en la Guardia Civil ha sido intachable.

Por otra parte, doctor, supongo que ha podido apreciar en estas sesiones mi descontento y el de mis compañeros por la reciente imposición a mi grupo de un horario rígido, cuyo horario -estoy convencido- debería ser cualquier cosa menos rígido cuando se trata de un trabajo dedicado a la investigación. Pues bien, doctor, a pesar del descontento general, naturalmente todos hemos seguido trabajando con la máxima profesionalidad y lealtad cosechando importantes éxitos, y, cuando el trabajo lo permitía, hemos finalizado a las tres de la tarde el servicio que realizamos por las mañanas, iniciando el servicio de tarde a las tres y media en punto, tal y como ahora está ordenado.

Le cuento todo esto, doctor, porque hace no mucho tiempo tuve que oír algo que jamás hubiera querido oír. Le explico: Resulta que todos los años celebramos una comida -no oficial- a la que, aparte del grupo de investigación en el que estoy destinado y sus oficiales, también asisten una serie de personas relacionadas con nuestro trabajo específico, y en la última ocasión, doctor, ninguno de los guardias fuimos a la comida en cuestión, en parte debido a la rigidez de nuestro nuevo horario de servicio, que lo convertía en imposible, y en parte porque el mal ambiente que se había generado no hacía especialmente agradable la reunión.

Pues bien, doctor, mi ausencia y la de mis compañeros a aquella comida molestó a mis oficiales de tal modo que llegaron a amenazarnos, más o menos veladamente, con iniciar un expediente alegando “falta de confianza” en nosotros para, de ese modo, poder expulsarnos de Policía Judicial… Mire, doctor, puedo asegurarle que no me importaría en absoluto ponerme de nuevo el uniforme y desempeñar mi trabajo en un Puesto cualquiera de cualquier pueblo de España, es más, creo que eso podría ser incluso enriquecedor para mí, pero lo que sí me importó, doctor, es que quisieran quitarme el honor, y puedo asegurarle que pretender alegar mediante falsedades “falta de confianza” en mí, es quitarme el honor de la forma más ruin, más perversa y más despreciable.

Me siento impotente, doctor, cuando mis oficiales -a los que se les supone un honor superior que el de la tropa-, tratan de ampararse en la mentira, la vileza y la infamia para satisfacer un impropio deseo de venganza.

¿Qué tipo de oficiales tenemos, doctor, que pueden llegar a plantearse cometer semejante tropelía? ¿Es justo que, mintiendo, hayan pretendido quitarme el honor? ¿Es justo que, con malas artes, me hayan querido quitar ese mismo honor que una vez perdido no se recobra jamás? ¿Es eso justo, doctor?

jueves, 30 de junio de 2011

Todavía hay mucho que contar, doctor

Me dice usted, doctor, que es imprescindible que, aparte de contarle mis sueños, también le hable de mí y de mis circunstancias en mi trabajo para que pueda usted elaborar los oportunos análisis y de ese modo llegar a acertadas conclusiones, y sinceramente creo que ya lo estoy haciendo a pesar de que a usted no le parezca suficiente.
Es cierto que es mucho lo que aún me queda por contar, y puede estar seguro, doctor, de que lo seguiré haciendo, porque aparte de que sé que es necesario para el buen fin de su labor conmigo, la verdad es que también a mí me viene muy bien verbalizar mis frustraciones, pero tiene que comprender, doctor, que en mi trabajo hay cosas que deben mantenerse en el limbo de los justos y que todo no voy a poder contárselo.
Ya sé, doctor, que usted supone que treinta años en un grupo de investigación policial dan para mantener demasiadas cosas en ese limbo de los justos del que le hablo, y que sin esa información quizá no pueda usted llegar a las conclusiones más acertadas para ayudarme, pero tiene que entenderme… Además usted sabe muy bien que sólo se sale del primer círculo de Dante tras la redención, y hasta el momento, doctor, ni ha habido huerto de los olivos ni ha habido cáliz ni tampoco ha habido Gólgota.
De todos modos, doctor, yo creo que tenemos que darle tiempo al tiempo porque, sin necesidad de tener que llegar al limbo, es todavía mucho lo que me queda por contar y estoy convencido de que será de gran utilidad para usted y, por ende, también para mí.

miércoles, 29 de junio de 2011

No se bajaban del burro, doctor

He vuelto a tener un sueño muy extraño, doctor, en el que se entremezclaban mil sinsentidos que no soy capaz de comprender. Ahora le cuento por si usted pudiera descifrar algo de todo esto.

Yo, doctor, era un burro aparejado a un mayal de olivo que, conducido por la guiadera y caminando por el interminable y profundo andel, daba vueltas y más vueltas alrededor de un recio arbolete para subir un sinfín de incansables cangilones llenos de agua que no sé quién demonios se bebía. Pero lo que más me dolía, doctor, no era quién o quiénes se bebían ese agua que yo sacaba del pozo, sino los trallazos que cada poco me propinaban cuatro personajes, a cual más inaudito, que se repartían cubriendo los cuatro cuartos de la eterna circunferencia de mi existencia. Los personajes en cuestión eran Merlín, Homer Simpson, Josemi y Roldán, de alguno de los cuales, doctor, creo que ya le he hablado en otras ocasiones.

Y así me he pasado una buena parte de la noche, doctor, dando vueltas y vueltas a la noria entre voces y trallazos de tan insignes individuos, y, a pesar de todo, yo rebuznando con aquiescencia, igual que lo hacía el asno de Zarathustra ante los zalameros halagos del más feo de los hombres… Pero finalmente, y harto ya de tanta leña, rebuzné levemente -ahora  diciendo no-, y fue entonces cuando los cuatro personajes se reunieron en indigno contubernio decidiendo, tralla en mano, subirse encima de mí, sentados como monigotes desde el pescuezo a la grupa, y estúpidamente convencidos de que de ese modo el burro -o sea, yo- sacaría todavía más agua del pozo. Y los cuatro en cuestión no quisieron ya bajarse de mis doloridos lomos, doctor, no quisieron bajarse del burro, hasta que por fin, muy, muy cansado, acabé despertándome.

¿Qué puede significar todo esto, doctor? ¿Estoy más enfermo de lo que parezco? La verdad es que no entiendo nada, doctor.

miércoles, 22 de junio de 2011

Me entristece la "ley del embudo", doctor

Siento una profunda tristeza, doctor, al comprobar el modo en que algunos se dan baños de pureza y legalidad sobre su pecho con una mano, mientras que con la otra se llenan de mierda la espalda. Es algo parecido a la injusticia manifiesta que supone la “ley del embudo”.

Con esto no quiero decirle, doctor, que envidie la parte ancha de ese embudo porque no es así, ya que siempre he tenido un claro sentido de la justicia; lo que quiero decirle es que me gustaría que, de una vez por todas, aquéllos a quienes corresponda, cortasen ciertas actitudes de ciertos “superiores” de la Guardia Civil que no dudan en aplicar las normativas con el máximo rigor al personal a sus órdenes, mientras se pasan por el saco escrotal esas mismas normativas cuando se trata de que sean cumplidas por ellos mismos.

Como todos los integrantes de este Cuerpo sabemos muy bien, doctor, a lo largo del tiempo ha habido -y sigue habiendo- montones de situaciones en las que distintos “superiores” de la Guardia Civil se han aprovechado de su situación privilegiada para beneficiarse de forma espuria de sus cargos, y lo que más me desagrada es que sean precisamente éstos los que, por lo general, tienden a ser más rígidos para con los demás.

Bravo por todos aquellos jefes, doctor, que empiezan la rigidez por ellos mismos y la continúan con sus subordinados, pero no puedo evitar sentir el más absoluto desprecio por los que gustan aplicar la “ley del embudo” eligiendo siempre para ellos la parte más ancha.

¿Es eso justo, doctor? ¿Es normal que me afecten esas inmoralidades?

jueves, 16 de junio de 2011

¿Son fechorías o picardías, doctor?

No sé si son fechorías o picardías, doctor, pero lo cierto es que a veces lo parecen. Me refiero a alguna de esas normativas que se elaboran en las más altas instancias de la Guardia Civil -o quizá en los ministerios- para aprovecharse groseramente de todos los guardias civiles. Quiero hablarle, doctor, de algo que me parece extraordinariamente injusto y que no hace mucho tiempo me ha sucedido.

Resulta que en la Guardia Civil hay una figura llamada “comisión de servicio”, una de cuyas modalidades se aplica cuando hay que trasladarse fuera de la residencia para realizar algún tipo de trabajo que, en lo que se refiere a mi especialidad, no suele durar más allá de tres o cuatro días. Pues bien, doctor, la normativa aplicada en estos casos indica que en esas comisiones nunca se podrán anotar más de siete horas de servicio al día, sin importar en absoluto que en realidad se hayan hecho ocho, diez o catorce. En otras palabras, doctor, en el cuadrante donde se apuntan las horas de trabajo que hacemos cada uno, y con el completo conocimiento de quien ordena el servicio, lo normal es que aparezcan menos horas de las que realmente se han hecho, lo cual, doctor, a mi entender es una estafa que, eso sí, pretenden disfrazar de legalidad.

La última comisión de servicio que hice, doctor, duró tres días y me exigía trasladarme a unos mil kilómetros de mi comandancia, y esto, como es lógico, implica tener que conducir durante unas doce horas para llegar al destino, incluyendo los descansos pertinentes, más otras doce horas para volver, aparte del habitualmente intenso día de en medio en el que, como mínimo, también suelen trabajarse otras doce o catorce. Todo esto, doctor, puede sumar alrededor de treinta y ocho horas, pero sin embargo sólo nos anotan veintiuna que es prácticamente la mitad.

A veces pienso, doctor, que nuestros más altos jefes, para envidia de la comunidad científica, han conseguido por fin aplicar la teoría de la relatividad de Einstein a las horas servicio, logrando estirar y encoger la caprichosa cuarta dimensión como si fuesen auténticos sabios, de modo que con sus curiosas fórmulas, doctor, han llegado a transmutar el tiempo de tal forma que donde el reloj cuenta catorce horas, para ellos sólo pasan siete.

No sé, doctor, si todo esto se debe a la fechoría gravitatoria de algún agujero negro o a las picardías de Chronos, pero lo cierto es que mientras por un lado nos exigen cumplir el mínimo de horas milimétricamente, por el otro nos las hurtan con todo el descaro del mundo.

¿A usted no le parece, doctor, que eso no está bien? 

viernes, 27 de mayo de 2011

¿Por qué cambian lo que va bien, doctor?

Es cierto, doctor, que puede ocurrir que cambiando algo que funciona bien llegue a funcionar mejor todavía, pero mi opinión es que los experimentos es mejor hacerlos con agua del grifo. Cuando algo funciona bien lo ideal es dejarlo como está porque cualquier variación podría convertirlo en inestable.

Y, desgraciadamente, algo así pudiera darse en el grupo de investigación en el que estoy destinado, donde todos los años, doctor, desde siempre, e independientemente de los distintos oficiales o suboficiales que hayan ejercido las funciones de jefes, hemos obtenido magníficos resultados estadísticos. Pues bien, doctor, a pesar de esos buenos resultados, y obviando la satisfacción que sentíamos los que integramos el grupo en cuanto al sistema de trabajo, alguien "desde arriba" ha decidido cambiarlo sustancialmente y con ello ha logrado que nuestra satisfacción deje de serlo.

Si fuésemos un grupo que funciona mal, doctor, o que ha generado algún tipo de problema, es evidente que se requeriría un cambio, pero funcionando bien, ¿por qué deciden cambiar lo que funciona? Desde hace treinta años hemos estado trabajando sin estar sujetos a un horario, lo cual no significaba, doctor, que trabajásemos menos horas que los demás, en absoluto. El hecho de no tener un horario fijo nos daba la posibilidad de trabajar en los momentos del día o de la noche realmente necesarios para cada investigación, y puedo asegurarle, doctor, que muchas de las situaciones más interesantes que se dan en todas las operaciones están fuera del horario que ahora nos han impuesto, lo cual, doctor, es muy frustrante para alguien que quiere realizar bien su trabajo.

Cuanto más pienso en estos cambios más confuso estoy, ¿realmente quieren mejores resultados, doctor? ¿Acaso no se dan cuenta de lo absurdo de esta decisión? Es realmente frustrante, doctor, realmente frustrante...