Hoy le contaré mi último sueño, doctor, y tengo que decirle que también está lleno de absurdas situaciones imposibles de interpretar, al menos para mí. Pero al fin y al cabo eso son los sueños, simples incoherencias, ¿no es así, doctor?
En esta ocasión, nuevamente fueron protagonistas Merlín, Homer Simpson, Josemi y Roldán, y los cuatro se encontraban sentados e inmóviles en el centro de un plato sopero gigante, adornado en su borde con grecas azules, como si fuesen cuatro alcaparras encurtidas, dispuestas para ser ensartadas con un mondadientes. Sus miradas, doctor, estaban terca y obtusamente fijas en la pared que tenían enfrente.
Detrás de ellos, y también en el mismo plato sopero gigante de grecas azules, estábamos algunos compañeros míos y yo, compañeros que, lo siento, doctor, pero ahora no soy capaz de identificar. Todos nosotros nos movíamos y nos relacionábamos con absoluta normalidad, a diferencia de los cuatro notables personajes, que seguían inmóviles mirando a la pared como si no hubiera otra cosa en el mundo. A nuestras espaldas, doctor, había un potente foco cuya luz proyectaba nuestras sombras contra la pared que tan fijamente miraban los cuatro conspicuos individuos, hasta que por fin me di cuenta de que lo que miraban no era la pared sino nuestras sombras… Si, doctor, miraban nuestras sombras como si ellas, y no nosotros, fuesen la realidad…
Yo intenté llegar hasta los ínclitos para sacarles de su error, pero de pronto mis piernas se convirtieron en pesado plomo, casi imposible de mover, y todo el espacio que avanzaba, de inmediato lo retrocedía como si estuviese andando por una cinta transportadora en sentido contrario. Una tremenda angustia me invadía, doctor, porque sabía que nunca iba a poder llegar hasta ellos para hacerles ver la realidad, y así continuamos todos a lo largo de mi sueño; yo angustiado tratando de llegar hasta ellos, y ellos convencidos de que la única verdad posible eran las sombras…
¿Ve absurdo este sueño, doctor, o le encuentra alguna lógica? Es que yo, por más que lo intento, no soy capaz de desentrañarlo.
En esta ocasión, nuevamente fueron protagonistas Merlín, Homer Simpson, Josemi y Roldán, y los cuatro se encontraban sentados e inmóviles en el centro de un plato sopero gigante, adornado en su borde con grecas azules, como si fuesen cuatro alcaparras encurtidas, dispuestas para ser ensartadas con un mondadientes. Sus miradas, doctor, estaban terca y obtusamente fijas en la pared que tenían enfrente.
Detrás de ellos, y también en el mismo plato sopero gigante de grecas azules, estábamos algunos compañeros míos y yo, compañeros que, lo siento, doctor, pero ahora no soy capaz de identificar. Todos nosotros nos movíamos y nos relacionábamos con absoluta normalidad, a diferencia de los cuatro notables personajes, que seguían inmóviles mirando a la pared como si no hubiera otra cosa en el mundo. A nuestras espaldas, doctor, había un potente foco cuya luz proyectaba nuestras sombras contra la pared que tan fijamente miraban los cuatro conspicuos individuos, hasta que por fin me di cuenta de que lo que miraban no era la pared sino nuestras sombras… Si, doctor, miraban nuestras sombras como si ellas, y no nosotros, fuesen la realidad…
Yo intenté llegar hasta los ínclitos para sacarles de su error, pero de pronto mis piernas se convirtieron en pesado plomo, casi imposible de mover, y todo el espacio que avanzaba, de inmediato lo retrocedía como si estuviese andando por una cinta transportadora en sentido contrario. Una tremenda angustia me invadía, doctor, porque sabía que nunca iba a poder llegar hasta ellos para hacerles ver la realidad, y así continuamos todos a lo largo de mi sueño; yo angustiado tratando de llegar hasta ellos, y ellos convencidos de que la única verdad posible eran las sombras…
¿Ve absurdo este sueño, doctor, o le encuentra alguna lógica? Es que yo, por más que lo intento, no soy capaz de desentrañarlo.