Últimamente no me encuentro demasiado bien, doctor. Noto un extraño desasosiego en los brazos, en las piernas y en el pecho que no sabría definir con claridad, y supongo que esto ha repercutido en algo que me tiene preocupado. Puede parecerle fútil lo que voy a decirle, doctor, pero yo lo considero importante.
Desde que realicé mi primer ejercicio de tiro hace unos treinta y siete años, siempre he sido un buen tirador de pistola y por ese motivo a lo largo de mi vida he participado en distintos concursos de tiro, tanto particulares como oficiales, ganando algún que otro trofeo. En cuanto a lo que se refiere a mi calificación profesional, doctor, mis tiradas han sido prácticamente siempre de tirador selecto y como tal estoy considerado oficialmente.
Todo esto es muy importante para mí porque siempre he creído que, aparte de la inteligencia y la formación, la pistola es la herramienta física del guardia civil, de igual modo que para el carpintero es la sierra, para el albañil la paleta y para el hortelano la azada, y estoy convencido de que conocer y utilizar bien las herramientas es lo que hace verdaderamente profesional a un trabajador. Por eso, doctor, considero muy importante para un guardia civil manejar bien su pistola.
Lo que me preocupa, doctor, es que cuando lo normal era que todos mis disparos estuviesen agrupados en un diámetro no mayor de diez o quince centímetros, en el último ejercicio de tiro estaban totalmente esparcidos por la silueta e incluso alguno de ellos no llegó ni a entrar, y puedo asegurarle, doctor, que eso no es normal. Por esa razón estoy preocupado.
Pero mi preocupación, doctor, no se limita al simple resultado de un ejercicio de tiro sino a mis sensaciones desde el momento en que empecé a introducir los primeros cinco cartuchos en el cargador... Me temblaban las manos y necesitaba respirar, pero el aire que llenaba mis pulmones parecía no tener el suficiente oxígeno. Sudaba copiosamente y al enfrentarme a la silueta podía oír con absoluta claridad los fuertes latidos de mi corazón e incluso veía cómo mi camisa se movía al ritmo de las palpitaciones... El ejercicio de tiro, que no duró más de diez minutos, me pareció una eternidad. Lo pasé mal, doctor, y la verdad es que no lo entiendo, porque estoy muy acostumbrado a las armas y he disparado en miles de ocasiones con muy diferentes grados de presión sin que nunca antes me hubiera pasado nada parecido.
¿Qué me ocurre, doctor? ¿Es normal que esté preocupado?
Desde que realicé mi primer ejercicio de tiro hace unos treinta y siete años, siempre he sido un buen tirador de pistola y por ese motivo a lo largo de mi vida he participado en distintos concursos de tiro, tanto particulares como oficiales, ganando algún que otro trofeo. En cuanto a lo que se refiere a mi calificación profesional, doctor, mis tiradas han sido prácticamente siempre de tirador selecto y como tal estoy considerado oficialmente.
Todo esto es muy importante para mí porque siempre he creído que, aparte de la inteligencia y la formación, la pistola es la herramienta física del guardia civil, de igual modo que para el carpintero es la sierra, para el albañil la paleta y para el hortelano la azada, y estoy convencido de que conocer y utilizar bien las herramientas es lo que hace verdaderamente profesional a un trabajador. Por eso, doctor, considero muy importante para un guardia civil manejar bien su pistola.
Lo que me preocupa, doctor, es que cuando lo normal era que todos mis disparos estuviesen agrupados en un diámetro no mayor de diez o quince centímetros, en el último ejercicio de tiro estaban totalmente esparcidos por la silueta e incluso alguno de ellos no llegó ni a entrar, y puedo asegurarle, doctor, que eso no es normal. Por esa razón estoy preocupado.
Pero mi preocupación, doctor, no se limita al simple resultado de un ejercicio de tiro sino a mis sensaciones desde el momento en que empecé a introducir los primeros cinco cartuchos en el cargador... Me temblaban las manos y necesitaba respirar, pero el aire que llenaba mis pulmones parecía no tener el suficiente oxígeno. Sudaba copiosamente y al enfrentarme a la silueta podía oír con absoluta claridad los fuertes latidos de mi corazón e incluso veía cómo mi camisa se movía al ritmo de las palpitaciones... El ejercicio de tiro, que no duró más de diez minutos, me pareció una eternidad. Lo pasé mal, doctor, y la verdad es que no lo entiendo, porque estoy muy acostumbrado a las armas y he disparado en miles de ocasiones con muy diferentes grados de presión sin que nunca antes me hubiera pasado nada parecido.
¿Qué me ocurre, doctor? ¿Es normal que esté preocupado?
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