viernes, 27 de mayo de 2011

¿Por qué cambian lo que va bien, doctor?

Es cierto, doctor, que puede ocurrir que cambiando algo que funciona bien llegue a funcionar mejor todavía, pero mi opinión es que los experimentos es mejor hacerlos con agua del grifo. Cuando algo funciona bien lo ideal es dejarlo como está porque cualquier variación podría convertirlo en inestable.

Y, desgraciadamente, algo así pudiera darse en el grupo de investigación en el que estoy destinado, donde todos los años, doctor, desde siempre, e independientemente de los distintos oficiales o suboficiales que hayan ejercido las funciones de jefes, hemos obtenido magníficos resultados estadísticos. Pues bien, doctor, a pesar de esos buenos resultados, y obviando la satisfacción que sentíamos los que integramos el grupo en cuanto al sistema de trabajo, alguien "desde arriba" ha decidido cambiarlo sustancialmente y con ello ha logrado que nuestra satisfacción deje de serlo.

Si fuésemos un grupo que funciona mal, doctor, o que ha generado algún tipo de problema, es evidente que se requeriría un cambio, pero funcionando bien, ¿por qué deciden cambiar lo que funciona? Desde hace treinta años hemos estado trabajando sin estar sujetos a un horario, lo cual no significaba, doctor, que trabajásemos menos horas que los demás, en absoluto. El hecho de no tener un horario fijo nos daba la posibilidad de trabajar en los momentos del día o de la noche realmente necesarios para cada investigación, y puedo asegurarle, doctor, que muchas de las situaciones más interesantes que se dan en todas las operaciones están fuera del horario que ahora nos han impuesto, lo cual, doctor, es muy frustrante para alguien que quiere realizar bien su trabajo.

Cuanto más pienso en estos cambios más confuso estoy, ¿realmente quieren mejores resultados, doctor? ¿Acaso no se dan cuenta de lo absurdo de esta decisión? Es realmente frustrante, doctor, realmente frustrante...

viernes, 20 de mayo de 2011

Nunca alcanzo la zanahoria, doctor

Cada vez me siento más burro, doctor. Cada vez me veo más como el burro que da vueltas y más vueltas a la noria sin alcanzar nunca la ansiada zanahoria que le han puesto a un palmo de su hocico.

Supongo, doctor, que las personas somos libres para elegir la profesión que deseamos, y lo normal es que cada cual elija la que más le guste o la que más le convenga. Cuando yo elegí ser guardia civil -porque me gustaba y porque me convenía-, se trataba de una profesión a la que cualquiera podía acceder sin la más mínima dificultad, y todos, al ingresar, sabíamos que el servicio activo terminaba al cumplir los cincuenta años de edad o, voluntariamente, después de alcanzar treinta desde el ingreso en el Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro. Así eran las cosas y ése fue uno de los motivos por los que ser guardia civil me convenía, y también uno de los motivos por los que ingresé.

Lo que quiero decir con esto, doctor, es que este burro que le habla, cuando ingresó en la Guardia Civil tenía como objetivo andar un camino claro y concreto para llegar a su zanahoria, y cuando casi la tenía a su alcance se la colgaron delante del morro y le pusieron a dar vueltas a una noria.

En un principio tenía que cumplir treinta años de servicio para pasar a la reserva, y lo cierto es que después de los treinta y siete años que a día de hoy llevo trabajados, todavía me quedan otros tres para terminar, lo cual sumará un total de cuarenta. Diez más de lo prometido. Y todo ello suponiendo que a los políticos (ésos que se han adjudicado la máxima pensión de jubilación con tan sólo siete años de trabajo) no les dé por subirnos la edad todavía más porque consideren que a los 58 ó 60 años aún se tienen inmejorables cualidades para ir corriendo detrás de jóvenes delincuentes.

La verdad es que, doctor, no me veo yo con ánimos de ir corriendo por ahí detrás de delincuentes después de cuarenta o cuarenta y cinco años de servicio por muy burro que sea, y no sé si finalmente va a llegar un momento en que me tumbe en medio del molino porque acabe descubriendo que nunca voy a alcanzar la maldita zanahoria. ¿Me entiende usted, doctor?

jueves, 19 de mayo de 2011

Estoy preocupado, doctor

Últimamente no me encuentro demasiado bien, doctor. Noto un extraño desasosiego en los brazos, en las piernas y en el pecho que no sabría definir con claridad, y supongo que esto ha repercutido en algo que me tiene preocupado. Puede parecerle fútil lo que voy a decirle, doctor, pero yo lo considero importante.

Desde que realicé mi primer ejercicio de tiro hace unos treinta y siete años, siempre he sido un buen tirador de pistola y por ese motivo a lo largo de mi vida he participado en distintos concursos de tiro, tanto particulares como oficiales, ganando algún que otro trofeo. En cuanto a lo que se refiere a mi calificación profesional, doctor, mis tiradas han sido prácticamente siempre de tirador selecto y como tal estoy considerado oficialmente.

Todo esto es muy importante para mí porque siempre he creído que, aparte de la inteligencia y la formación, la pistola es la herramienta física del guardia civil, de igual modo que para el carpintero es la sierra, para el albañil la paleta y para el hortelano la azada, y estoy convencido de que conocer y utilizar bien las herramientas es lo que hace verdaderamente profesional a un trabajador. Por eso, doctor, considero muy importante para un guardia civil manejar bien su pistola.

Lo que me preocupa, doctor, es que cuando lo normal era que todos mis disparos estuviesen agrupados en un diámetro no mayor de diez o quince centímetros, en el último ejercicio de tiro estaban totalmente esparcidos por la silueta e incluso alguno de ellos no llegó ni a entrar, y puedo asegurarle, doctor, que eso no es normal. Por esa razón estoy preocupado.

Pero mi preocupación, doctor, no se limita al simple resultado de un ejercicio de tiro sino a mis sensaciones desde el momento en que empecé a introducir los primeros cinco cartuchos en el cargador... Me temblaban las manos y necesitaba respirar, pero el aire que llenaba mis pulmones parecía no tener el suficiente oxígeno. Sudaba copiosamente y al enfrentarme a la silueta podía oír con absoluta claridad los fuertes latidos de mi corazón e incluso veía cómo mi camisa se movía al ritmo de las palpitaciones... El ejercicio de tiro, que no duró más de diez minutos, me pareció una eternidad. Lo pasé mal, doctor, y la verdad es que no lo entiendo, porque estoy muy acostumbrado a las armas y he disparado en miles de ocasiones con muy diferentes grados de presión sin que nunca antes me hubiera pasado nada parecido.

¿Qué me ocurre, doctor? ¿Es normal que esté preocupado?